Mamá, ¿puedes leerme una historia?

De vez en cuando nos sentimos morir ante esta pregunta y esos dulces ojos que nos preguntan. Hay mil cosas por hacer que nos vienen a la mente o simplemente esperamos haber terminado el día y para poder relajarme un poco también.
Sin embargo, cuando podemos superar heroicamente nuestro cansancio y comenzar a contar o leer cuentos a los niños, les damos algo que difícilmente olvidarán. Y a nosotros también.

La importancia de las historias

Las historias son el lugar donde los niños se encuentran con la realidad, aprenden a nombrarlo y a nombrar sus emociones a través de las emociones de los personajes que participan en él.
No solo eso, las historias permiten que los niños tomen conciencia de pertenecer a un mundo donde a otros les ha pasado y les pasa lo que les ha pasado, que no están solos. Y descubrir cómo iba la vida.
Clarissa Pinkola Estès, escritora y psicoanalista estadounidense, dice en su maravilloso libro “El jardinero del alma”: “Entre mi gente, las preguntas a menudo se responden contando historias. La primera historia casi siempre evoca otra, que recuerda otra más, hasta que la respuesta a la pregunta se convierte en varias historias. (…) De la colección de cientos de historias que me contaron mis dos grandes familias, muy pocas pretenden ser un mero entretenimiento. En la aplicación popular, se conciben y utilizan más bien como una amplia gama de medicamentos curativos, cada uno de los cuales implica una buena preparación espiritual y ciertas percepciones, tanto en el sanador como en el paciente. Estas historias medicinales tienen muchos y diferentes usos: sirven para enseñar, corregir errores, aliviar, acompañar una transformación, curar heridas, recrear la memoria. Su propósito principal es educar y enriquecer el alma y la vida terrena “.

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Con las historias también transmitimos un poco de nosotros

Es así como más o menos inconscientemente cuando elegimos cuentos para leerles a nuestros hijos, o en la trama de la voz con la que les contamos, les decimos lo que pensamos de la vida.
Una vez nuestras abuelas se parecían un poco a la gran familia de la que habla Estès: se sabían muchas historias de memoria, y cuando nos pasaba algo, nos empezaban a contar eso o aquello y lo entendíamos. ¿Quién no recuerda la historia del cerdito que grita en broma “lobo, lobo” y que cuando el lobo realmente llega ya no le creen?
Ahora esta herencia de la memoria casi se ha perdido, pero afortunadamente se ha recogido en libros para leer.
Es importante elegirlos, sin embargo, conscientemente, ya que nuestras abuelas eligieron esa historia o aquella porque se convirtió en una forma de contarnos lo que nos estaba pasando en ese momento.
No estaban, como dice el conocido escritor, “pensados ​​como mero entretenimiento”.
Vale la pena buscar buenas historias para leer a los niños: enseñar, medicar, corregir, acompañar. Y para conociendo más a nuestros hijos.