Hay momentos en los que una se tiene que poner seria de verdad. Y el día Internacional contra la ablación es uno de ellos.

El seis de febrero.

Por suerte, en nuestra sociedad ya no está mal visto presumir de gozar, de disfrutar de la vida, de tener la suerte de tener unas buenas relaciones sexuales… Eso en nuestra sociedad. En buena parte del mundo, son muchas las mujeres que jamás podrán hablar de sexo y jamás gozarán con él. Ni siquiera aunque amen a sus maridos.

Ellos mismos están de acuerdo en que les sea impedido a través de la ablación, por si acaso. Esta barbaridad de incapacitar para el placer, se consigue mutilando los órganos sexuales de las niñas.

Se les rebana el clítoris y los labios menores, generalmente con una cuchilla de afeitar. Se hace en vivo, claro. Sin anestesia. El dolor es intenso y terrible.

La posibilidad de infecciones, muy grande…Luego se les cose con hilo de pescar. Y así de cerradas quedan hasta el día que las desvirgan, también con dolor.

Ellas pagan el “pecado original” mucho más caro del tristemente famoso “parirás con dolor”.

Pero es que ellas, dos millones de niñas cada año, pertenecen a la religión musulmana. Son muchas las personas y organizaciones supuestamente progresistas que se empeñan en decir que la ablación es un asunto cultural y no religioso…

Pero la realidad es que, aunque no en todos los lugares donde se profesa la religión musulmana se ejecutan ablaciones, todas las que se producen tienen lugar entre niñas musulmanas. En España, lógicamente, están prohibidas por la Ley.

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Sin embargo, muchas niñas musulmanas son sacadas de nuestro país y llevadas a su país de origen para someterlas a tal suplicio y devolverlas aquí “puras para siempre”.

Yo sé que hay que respetar las costumbres, religiones y tradiciones de cada cual pero, realmente, considero que una religión que obliga a la ablación o a la lapidación por adulterio es una religión que discrimina a las mujeres, que hace que no sean iguales que los hombres ante la Ley.

Y si es cierto que nuestra Constitución garantiza desde su artículo primero la igualdad, no puede aprobar ni consentir que se practique ninguna religión que no cumpla con el primero de sus preceptos.

Nadie obliga a nadie a estar en este país y con estas reglas, pero quien esté tiene que cumplirlas a ratajabla.

¿O acaso ser musulmán significa poder estar por encima de la Justicia?

Cualquier rasgo de discriminación o desigualdad debería ser borrado, pero nunca se conseguirá si se sigue consintiendo y encubriendo, mientras se mira para otro lado, que las mujeres hasta en países democráticos como el nuestro, sigan siendo tratadas de manera diferente.